SiLeNCioS (Parte III FiN)

Te mire, me devolviste la mirada y entramos. Cerraste la puerta detrás nuestro, pusiste llave y me invitaste con un gesto cordial a subir la escalera que comunicaba no sabia a donde. Me había petrificado, mis pies o se despegaban de ahí, había entrado, estaba entregada, pero algo no me dejaba seguir adelante. Volví a mirarte, esta vez suplicando tu ayuda para poder seguir. Sin mucha importancia subiste el primer escalón y te diste vuelta, la confianza que tus ojos me inspiraban hacia que mis pies comenzaran a despegarse, me extendiste tu mano, la tome, fuerte, como suplicándote que no me soltaras y por fin pude moverme.
Al final de la escalera, la cual no resulto ser tan difícil como parecía, otra puerta nos separaba de otro no se qué que deseaba cruzar.
Por fin entramos. Vos delante, yo por detrás, siempre de la mano, lo cual me daba cierta confianza que estaba necesitando. Me señalaste un sillón donde podía dejar mis cosas y hacia allá me dirigí. Sin mucha cautela descruce mi bolso y lo arroje sobre el sillón, desabroche mi saco y lo deje junto al bolso. Cuando voltee a verte no estabas, una impaciencia y un temor de esos que carcomen me recorría el cuerpo. Con cierta desesperación te busque, fue en ese momento en el que me di cuenta, no conocía tu nombre. Llegaste justo a tiempo para detener mi pánico, entraste por esa puerta que seguramente comunicaba con mas partes de la casa que aun desconocía, llevabas dos copas y una botella de algún vino que con una belleza natural supiste servir. Me convidaste, y mientras te dirigías a poner música pregunte tu nombre, resonó en mi cabeza como la perfección nombrada, tu nombre había hecho erizar cada centímetro de mi cuerpo. Preguntaste el mío, te lo dije, tímida, jamás iba a poder causar esa sensación con solo nombrarme.
Escuchábamos la música, bebíamos de vez en cuando sorbos de placer, nos mirábamos, nos encontrábamos, te acercaste, tomaste mi copa y la dejaste sobre la mesa, tomaste mi mano, intentando que me despegara del sillón, me puse de pie, te mire, me abrazaste, me besaste, otra vez comenzaba a sentirte en mi cuerpo. Pero esta vez la pasión era un ingrediente adicional. De repente la música se alejaba de mis oídos y solo podía escuchar tus silencios, podía sentir tu mirada junto con tus manos recorriéndome. Tus besos comenzaban a ser el fuego que me hacia arder, tus manos creaban ampollas en todo mi cuerpo, mi pasión desbordaba en cada beso que te entregaba, en cada caricia, en cada mirada. Por un instante dejaste todo aquello que estabas haciendo, te desprendiste de mi, te alejaste y comenzaste a recorrerme con la mirada, yo, inocente, con vergüenza te miraba, baja la vista, pensaba, mucho no entendía, simplemente sentía el reconocimiento.
Me tomaste de la mano y cruzamos ese espacio en el que nos encontrábamos, volviste una vez mas a abrir otra puerta, esta vez entramos a lo que siempre supuse tu habitación, tan limpia, tan detallada, tan simple. Me hiciste pasar primera, atrás mío tus pasos se hicieron sentir. Me tomaste por detrás, comenzaste a besarme, lentamente me desvestías en un acto tan imperceptible. Gire sobre mis tobillos y comencé a tocarte, desabrochando cada prenda que me separaba de tu cuerpo.
Ahora éramos dos cuerpos sin temores, desnudos en la inmensidad de las miradas, de los roces, del silencio.
Lentamente nos dejamos caer sobre la cama, estaba todo dicho o eso creía yo. En el momento donde pensé íbamos terminar enredados todo cambio, simplemente te dedicaste a mirarme y a acariciarme y así no dormimos. Sabiendo que esto recién era el comienzo.